lunes, 10 de octubre de 2011

La deuda como mito

En este caso, uso la palabra "mito" en su acepción antigua:
1- Fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa;
2- Relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valioso o más atractivo;
3- Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima. (RAE)

Durante la era napoleónica se instauró en Europa, y hoy en el mundo, un racionalismo delirante que provocó una nueva declinación del hombre: el héroe, el poeta, el artista, el ideal mismo del creador, pasó a ser visto como algo fuera de la realidad, cosa de jóvenes, tontería infantil. Las altas miras son sueños, pérdida de tiempo. Marxismo, positivismo, capitalismo, son nombres que incluyen en sus definiciones reducciones de la realidad.
Una de las causas, tal vez la más importante, de la muerte de Orson Welles, fue el estrés causado por sus problemas financieros: Cada una de sus películas, muchas inconclusas, fue una lucha contra el poder del dinero.
No es sorprendente el atractivo que generan las películas y novelas con temas medievales o fantásticos, en las cuales podemos ver como fundamento la exaltación de valores: caballerosidad, honor, valentía, justicia, palabra.
En el capitalismo será apreciada la persona que gaste. Poseer es prestigioso. El sistema se encarga de grabar en las mentes lo bueno que es acumular bienes, pero bienes de consumo, que necesariamente deben ser obsoletos lo antes posible. No por nada los objetos son cada vez más frágiles y contienen cada vez más partes falibles. Y si no es así, el sistema logrará hacer pensar que ese objeto ya no sirve y que es deseable otro nuevo.
Si uno debe mucho y a la vez paga mucho, será bien recibido por usureros y bancos, será respetado y considerado.
Si uno posee muchos objetos nuevos, será admirado y envidiado.
Es decir, con dinero se alcanza lo que antes se alcanzaba con actos heroicos y nobles.
El prestigio puede comprarse.
Deber y pagar es garantía de seriedad, responsabilidad y honradez.
Honrar la deuda supera el honrar la vida. Está bien visto el someterse a privaciones, a veces crueles, para pagar. El acreedor, curiosamente, no necesita honrar nada. Exige, reclama, castiga. Le importa poco la situación del deudor. No es su problema. El acreedor es un dios brutal y muchas veces es un dios de los ejércitos.
El incauto, el soñador, el que confía en sus propias fuerzas y en el futuro, contrae una deuda con cláusulas que no maneja y desconoce por más que las lea. Las variables económicas están fuera de su poder y con respecto al hombre de a pié, son un azar que está siempre en su contra. Y con respecto a los gobiernos, éstos no siempre saben qué es lo que planean los auténticos dueños del dinero.
Todos se endeudan: individuos, empresas, estados. Lo hacen para acceder a bienes sobrevaluados y generalmente obtenibles de otra manera. Y peor aún, toman deudas para pagar deudas. Se supone que la única forma de crecer es adquiriendo con dinero ajeno olvidando que, al terminar de pagar la deuda, si se llega a ello, se encontrará con que el bien adquirido ha costado varias veces su precio y que a la vez se ha desvalorizado.
El usurero, y todos los banqueros lo son, es el que maneja las variables.
La mayor de las variables es la propia capacidad de pago, pues el deudor está sujeto a todas las posibilidades negativas: crisis, guerras, debacles, recesiones, despidos, robos, y cuanta cosa puede uno imaginarse. La falta de pago será luego una nueva calamidad. El acreedor simplemente ejerce su poder para recuperar lo prestado. Lo hará de una forma u otra. Siempre legalmente, porque las leyes y las costumbres hacen del deudor una especie de paria semi delincuente. El acreedor, a los ojos del pueblo, no hace más que pedir lo justo.
Los bancos son aspiradoras de dinero. Si cobran más de lo que prestan, se entiende que cada vez acumulan más capital, que a su vez prestan nuevamente. Para mantener el flujo del circulante no queda otro remedio que imprimir más billetes. Los bancos generan inflación.
Es un hecho que una persona presta al banco (depósito) con un interés x y toma prestado (crédito) con un interés x multiplicado por una variable que el mismo banco fija. Es decir, la sociedad toma prestada su propia riqueza. El individuo no lo percibe porque no se considera parte de un grupo, no siente que forma parte de la sociedad. No por nada la publicidad de los bancos es profundamente individualista. Es la sociedad en su conjunto que, cegada por el mito de la deuda, no sabe que le presta al sistema bancario sus dineros y toma ese mismo dinero en préstamo pagando varias veces su deuda. A nivel estatal, se termina viviendo para sostener a un grupo parasitario que arruina la moneda, arruina así al trabajo y se apodera finalmente de los bienes tangibles.
El hombre pierde su casa, auto o lavarropas que ya pagó; la empresa, más poderosa, solventa los intereses que paga aumentando el precio de sus productos, disminuyendo su calidad o explotando más al obrero. El Estado, a través del gobierno, esclavo de la opinión, se entrega atado de manos en aras de la "eficiencia" pues debe rendir cuentas a un electorado que no puede ver lo que está ocurriendo.
Vemos lo que pasa en Europa y Estados Unidos.
Se presta dinero en hipotecas impagables; los bancos piden auxilio cuando deberían hacerse cargo de las pérdidas como lo hace cualquier persona; los Estados aportan fortunas inmensas a esos bancos, fortunas que salen del trabajo de sus ciudadanos. Y luego, esos Estados hundidos en deudas deben aceptar condiciones de los bancos que han fallado escandolosamente y a los cuales los Estados mismos han salvado de la ruina.
Una locura desatada en nombre de la razón. La razón de la deuda. Porque si se ha firmado un papel, se debe cumplir con lo firmado aunque eso implique la vida misma. Se parece mucho al pacto con el Diablo en el que siempre gana el Diablo, aunque los beneficios para el firmante parezcan inmensos.
Y todo basado en un mito: una deuda es cuestión de honor y el que no paga es despreciable.
Está tan arraigado en nuestras mentes que nos resulta natural y honroso que una persona se hunda para cumplir con el acreedor.
Nos resulta natural que el futuro de esta persona y de su familia esté condicionado por situaciones fuera de su control pero no azarosas. Es decir, bajo el control de otros.
Que la empresa en que trabaja cierre o no.
Que lo despidan de ella o no.
Que pierda la salud o no.
Que los intereses suban o se mantengan (nunca bajan).
Que en algún lugar del mundo haya una crisis o no.
Que la inflación suba más o menos (siempre sube).
Los Estados trasladan todo a los impuestos o reducen los gastos sociales, que no son gastos, son devoluciones.
Las empresas trasladan todo a los precios y a los sueldos.
Los individuos trasladan todo a sus propias vidas, bienes y libertad y terminan trabajando para unos parásitos en una nueva forma de esclavitud. Eso sí, una esclavitud elegante y racional.
Es el mito de la deuda: nací debiendo y la deuda es intemporal, natural, eterna. Sí, la deuda es divina. Si está antes de nacer yo, ya que los Estados y mis padres ya debían algo, si sigue durante toda mi vida y pasa a mis hijos, si el no pagarla significa el oprobio, debo concluir que es lo más parecido al pecado original. O a una maldición celestial. Y si el racionalismo niega mitos religiosos, no entiendo por qué no niega mitos sociales.

2 comentarios:

  1. por fin se digno a aparecer! Enhorabuena!

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  2. Gracias Anónimo.
    Sería bueno, y espero, leer alguna crítica suya o un aporte.
    Este blog está abierto a la colaboración.
    Gracias nuevamente.

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