lunes, 13 de julio de 2009

Las elecciones argentinas del 28 de junio de 2009

Ese día tuvimos los argentinos elecciones legislativas. Mi esposa y yo fuimos fiscales generales del Partido Justicialista. En mi vida, he sido fiscal general del Partido Intransigente, fiscal en internas de la Unión Cívica Radical y ahora, del partido en el Gobierno. No es que haya paseado de uno en otro. Es interés por participar en las elecciones. Lo asombroso del caso es que el partido Justicialista fue derrotado por escaso margen por el Partido Justicialista. Este es el primer dato de esta realidad irreal. El otro dato es que los candidatos opositores no reunían condiciones ni para empleado de un supermercado, sin desmerecer a los dignos empleados de supermercado. Aún sigo creyendo que para legislar hace falta más que buenas intenciones.
Las causas de que el elector haya optado por personajes tan poco calificados es el segundo dato de esta realidad irreal.
El primer punto, un partido político enfrentado a sí mismo, tiene una explicación: la falta de elecciones internas. Y no sólo en el Partido Justicialista: en todos los partidos con alguna representación nacional.
El vicio de la dedocracia campea triunfante. Vaciados de ideología, plataforma, propuesta, el político no tiene manera de atraer al afiliado por la idea. El afiliado, ente brumoso ya que los padrones partidarios son bolsas de nombres fantásticos, no participa de nada. Personalmente quise afiliarme al Partido Socialista y no pude. Uno cree que cualquier partido, máxime cuando es minoritario, debería estar ávido de afiliados. Pues parece que en este caso, no. Tres veces fui y tres veces no pude. Como tres es el máximo de veces que insisto en algo, abandoné el intento. Aún me pregunto qué le pasa al Partido Socialista. Tal vez, como tantos, se haya convertido en un sello de goma detrás del cual se refugian cuatro o cinco personas que disfrutan de ver sus nombres en letras de molde. Pasa en casi todos. Vemos candidatos y voceros que no sabemos de dónde han salido ni quiénes los eligieron. Esa forma de perpetuarse debe ser la única con que cuentan para estar toda la vida en la cima de sus propias columnas sin temer a la competencia.
Las elecciones internas dejaría al descubierto un hecho ominoso: La escasa cantidad de votos demostrando que los padrones partidarios están desactualizados, que las personas que figuran allí ni recuerdan haberse afiliado alguna vez. Por eso no hay líderes: Hay caudillos. Muchos de ellos se pasan de un bando al otro periódicamente.
La agrupación que más votos cosecha en la Argentina es el Partido Justicialista. Hace años que no hace elecciones internas. O mejor dicho, las hace en las elecciones generales. Semejante confusión mental se traduce en un desgaste estéril. El ciudadano participa de una elección interna al votar a un legislador o a un gobernante. El ansia de poder hacer perder el poder. Y todo por no querer enfrentar dignamente al oponente que todo político tiene dentro de su propio partido. Así derivan una tarea interna al Estado todo, que debe hacerse cargo de la inoperancia de los particulares. Es decir, el Estado bobo tan deseado por el neoliberalismo está más bobo aún.
Vemos entonces que la corriente interna del partido que gobierna se enfrenta a otra corriente interna de ese mismo partido. Y a su vez se enfrenta a otras corrientes internas de otros partidos.
La oposición da lástima. Como dije y sostengo, los antecedentes de los candidatos no satisfacen un aviso en el diario. Sospechas fundadas en denuncias penales de contactos con el narcotráfico, enriquecimiento súbito, contrabando, relaciones oscuras con sectores plutocráticos nacionales y extranjeros, problemas psíquicos, terrorismo verbal. Sumemos a ello, como si fuera poco, un discurso hueco, basado en slogans y además errático. Para colmo, proponiendo temas anacrónicos y probadamente negativos, como volver a los "préstamos" del FMI. Y ganan. Cómo ganan, este es el tema creo más grave:
Tenemos en esta últimas elecciones en la República Argentina la prueba más clara de que los medios de difusión han degenerado en medios de propaganda. Lo probó Orson Welles en "El ciudadano" que le costó contratiempos en el resto de su carrera. Lo que parecía algo propio de una novela de intrigas se reveló con toda la brutalidad posible. Los medios se han dedicado en los últimos 2 años a mostrar que todo está mal y que nada está bien. Toda medida del Gobierno es negativa. Y si es palmariamente positiva, se la ignora. Una población pegada al televisor desde su nacimiento, convencida por un minucioso lavado de cerebro de que la realidad es lo que aparece en un rectángulo de vidrio, compra un candidato como compra jabón en polvo. Hasta tenemos un candidato dueño de un canal de TV y socio de diarios y revistas, al mejor estilo Italia. El candidato lo sabe. Sabe muy bien que con los medios de su lado, gana. Sólo es cuestión de aparecer en el rectángulo de vidrio diciendo cualquier cosa o haciendo de payaso, para convertirse en el salvador de la Patria o en el abanderado de la decencia. El espectador olvidará los antecedentes, así como olvida que la vedette de tercera que hoy se pelea con un empresario mafioso ya lo hizo varias veces antes y se reconcilió otras tantas. El devenir histórico se reduce a un presente espasmódico. Es como en "1984", de George Orwell, en donde el Ministerio de la Verdad rehacía la Historia a diario, de acuerdo a la conveniencia del poder.
Los que, como yo, hemos nacido sin televisor, tenemos aún la memoria celular, última reserva de cordura. De los libros pasamos al televisor y podemos volver. Lo que ocurre con aquéllos que nunca salieron de la TV, no lo puedo saber. Sólo espero que la herencia o el hartazgo les ayude a ver las cosas por sí mismos. El mundo entero está preso de la imagen y del sonido, no del que nos rodea, sino del que sale de algún aparato, cada vez más pequeños y portátiles.
Cuando Morfeo nos dé a elegir entre la cápsula roja o la cápsula azul, ¿cuál elegiremos?.