miércoles, 24 de febrero de 2010

FILOSOFÍA DE LA DESTRUCCIÓN DEL PLANETA

Exagero un poco con el título. Lo hago para adherir a la prensa amarilla que tanto se usa hoy en el mundo. Un título ruidoso para llamar la atención. Me despego luego para tratar de poner contenido.
El hombre hoy se encuentra en una paradoja espantosa: necesita y busca consumir sabiendo que así destruye su entorno. Una carrera hacia el abismo que no acierta a detener. Compra celulares a sabiendas de que el principal componente de ellos se extrae arrasando parte del Congo, incluyendo a su gente. Basta con averiguar qué es el coltan. No es difícil. El acceso a la información es hoy amplia y no hay excusa para no llegar a ella. O sí: la indiferencia suicida.
En el habla cotidiana se detecta la clave del asunto:
«La degradación de la Naturaleza»
«La alteración de la Naturaleza»
«La contaminación de la Naturaleza»
Pero si el hombre es parte de la Naturaleza.
Sin embargo, la simbolización de la realidad por medio de la palabra nos ubica fuera de la Naturaleza. Como si no perteneciéramos a este planeta. Como si habláramos de los recursos de otro planeta, distante y deshabitado.
Analizamos al mundo descomponiéndolo en partes y separándolas unas de otras. El aislamiento de los componentes nos aísla, ya que somos componentes también de ese mundo. Y así nos hemos alejando de nosotros mismos, atomizándonos. Lo que le pasa al otro nos pasa a nosotros pero no lo queremos saber.
Los procesos humanos son lentos. La Historia es una sucesión de pequeños cambios de discurso, muy pequeños, que no se heredan como los genes. A lo sumo, se copian. También se olvidan. En el mejor de los casos se mejoran. Pero la tendencia natural del hombre a la degradación exige esfuerzos permanentes para sostenerlo por encima de la bestia.
Por cada poeta hay cien criminales.
Catón el Censor terminaba cada discurso pidiendo la destrucción de Cartago. Los Bush pidiendo la destrucción de Irak. Éstos no tiraban higos al piso. Hubiese sido visto como algo ridículo o teatral.
Durante milenios se consideró a la Naturaleza como algo divino. Se la explotaba pero siempre la riqueza extraída era un don divino. Si crecía o no el trigo era obra de Dios, aunque el hombre empleaba técnicas para mejorar las cosechas. El herrero era un ser semidivino. La química era alquimia, ciencia mística.
Los seres humanos nacían, vivían y morían igual que hoy en día. Aún tenemos hambre, frío y enfermedad. Lo distinto es la forma en que combatimos todo eso que también es parte de la Naturaleza.
En 1214 nació Rogelio (o Roger) Bacon en lo que hoy es Gran Bretaña. No es un dato menor. Allí nació también la Revolución Industrial que agotó recursos de medio planeta y condenó a millones a una vida miserable. Era franciscano. Ser religioso en el Medioevo implicaba rechazar la naturaleza humana por ser campo de acción del Demonio. Dominar las tentaciones, negarse al Mundo.
Para vencer al enemigo (lo natural) nada mejor que conocerlo. No es el conocimiento de lo maravilloso para amarlo, es el de lo siniestro para combatirlo.
La intención determina el resultado. Sólo el Sabio es capaz de aceptar lo real. Pero en aquellos tiempos lo real, para el estudioso, era un monasterio o un claustro amenazados por los demonios que buscaban arrojar al pecador a los infiernos.
Las controversias más furiosas eran cosa común. Bacon mismo fue condenado en 1278 a ser enclaustrado.
No olvidemos tampoco que en esos tiempos todo estaba influenciado por la amenaza de la herejía y el miedo al Islam.
Para Bacon, experimentar es poseer la técnica que permita utilizar las fuerzas de la Naturaleza. Concebía el universo como un conjunto de fuerzas ocultas y mágicas que el sabio debe estudiar y poder desencadenar voluntariamente.
Ahora bien, si hay una fuerza mágica que produce determinado fenómeno, y el sabio logra desencadenarla voluntariamente, lo mágico y oculto deja de serlo y deriva en técnica. El sabio adquiere el poder de la deidad, pero no es la deidad. Adquiere su poder pero no su sabiduría. Lo divino se hace profano. Se profana la Naturaleza. La deidad ya no es necesaria, el hombre la reemplaza.
Es indiferente que Dios exista o no dentro de este sistema de ideas. Lo importante son sus consecuencias: la desacralización de lo natural. Más tarde lo natural deja de serlo. El hombre modifica y crea nuevas naturalezas.
Para poder comer carne natural hay que irse al medio del campo o criar una vaca en el patio de la casa.
Como dije antes, los procesos humanos son lentos. Pasaron 500 años hasta que estalló la Revolución Industrial. Cinco siglos alcanzaron para que el discurso del «Dominio de la Naturaleza» se implantara en nuestras mentes. Claro que al estar disociado de ella, ese dominio no incluye al hombre mismo. Es el cuento del Aprendiz de hechicero.
La Historia sigue su curso a pesar de nosotros.
Cuanto más datos se poseen, más conclusiones se pueden lograr y más se puede uno acercar a lo que puede parecer la verdad.
El control del industrialismo nunca estuvo en manos del obrero. Estuvo y está en manos de los dueños de las industrias. Las industrias generan masas de dinero que son administradas por el sistema financiero. La excesiva producción de dinero y su derivación al sistema financiero convirtió a éste en una entidad autónoma: ya no necesita de la producción para existir.
El Sistema Financiero es un mundo tan virtual que ni siquiera toca el dinero. Son números en un papel. Luces en un monitor de PC.
Semejante alejamiento de la realidad por parte de un sistema que controla a industrias y gobiernos es alucinación pura. En un individuo se llama locura, delirio.
Trataríamos de loco a una persona que nos mostrara un papel con números y nos dijera «Miren cuán rico soy».
Rogelio Bacon no es culpable de todo esto. Sólo filosofó, escribió y publicó, como otros miles. Pero sus ideas degeneraron en locura, al pretender el hombre reemplazar a Dios.
Insisto en que es indiferente a este caso que Dios exista o no. Se trata del reemplazo de un concepto por otro. Un antiguo concepto que funcionó por siglos reemplazado por otro que en 200 años nos enfrenta a la extinción como especie.
El hombre serrucha la rama en la cual está sentado.
La superabundancia de productos no los hace más accesibles.
La superabundancia de dinero no nos hace más ricos.
La superabundancia de saberes no nos hace más sabios.
Todo logrado con el agotamiento y el desperdicio de inmensas cantidades de recursos. Hasta el agua, 70% del planeta, escasea. Y usamos millones de litros para extraer oro. Alguien se pone un nuevo anillo a costa de la sed de miles.
Hace 40 años se comenzó a hablar de Ecología.
Tenemos que apurarnos.