lunes, 11 de mayo de 2009

El elector-espectador

Hace unos días un amigo me pidió un favor. Como él no tiene computadora ni quiere saber nada de eso, acepté. Él quería que le averiguara la dirección de algún local partidario de Escobar, para afiliarse. El partido en cuestión tiene más de 100 años y decenas de páginas en Internet, oficiales, no oficiales. Pues bien: no encontré nada. Ni una sola dirección, excepto las centrales, las dos en Capital Federal.
Faltando poco para las elecciones, ese partido político, en franca decadencia, no es capaz de informar acerca de dónde afiliarse.
Ante tal rareza me surgió la imagen del elector-espectador.
En los últimos 40 años hemos pasado del fervor al entusiasmo, del entusiasmo al interés, del interés a la apatía, de la apatía al rechazo.
El elector no elige más.
Desde el momento en que no puede elegir dentro de su propio partido, ya que el partido no hace elecciones internas, ¿qué elige?. Nada. Opta dentro de una oferta más parecida cada día a la programación televisiva.
Un grupo de gerentes determina qué se va a ofrecer al gran público y éste sintoniza alguno de los 5 canales de que dispone. Simplemente vé televisión así como simplemente vota: "Esto es lo que hay y se acabó". Se parece demasiado a esas cadenas de comederos en donde uno opta entre distintos refritos, pero siempre refritos.
El elector es espectador.
Las pintadas de los partidarios son ahora trabajo de empresas más o menos lícitas.
No se le ofrece al votante la "plataforma del partido", el "proyecto" o el "programa de gobierno", así como no se le ofrece al espectador el libreto de la telecomedia.
Los actores políticos, como los actores del espectáculo, se designan a puertas cerradas. Las peleas por el lugar en la lista es la pelea por el tamaño del cartel.
Las propuestas semejan a esas otras que dicen "un programa divertido..." sin más datos que un montón de palabras vagas.
Como las vedettes de tercera, los antecedentes personales pasan a segundo plano y se destacan los defectos del adversario. Luego se abrazan y se amigan, para después volver a pelear por el cartel.
El ciudadano de a pié no es consultado para nada, como tampoco se le consulta sobre el contenido del programa. No hace falta: Así como existe el rating, existen las encuestas. Números que no nos representan como individuos, sino como masa.
Uno anda por la calle y se vé algún afiche anodino, alguna pintada profesional y nada más. Y asombra que los "líderes" que afirman representar a millones, no consiguen fiscales de mesa. Pero si son grupúsculos, a veces con menos protagonistas que una telenovela.
El paso siguiente es implantar el voto voluntario y entonces estaremos al borde del suicidio como república.