viernes, 20 de marzo de 2009

Inseguridad y lavado de cerebro

Son dos temas aparentemente inconexos pero que creo que hoy son uno señal del otro.
La inseguridad de moda y el lavado de cerebro no, cosa del pasado y de la época de las películas que nos mostraban a malvados comunistas.
Los medios de comunicación, convertidos desde los años '70 en órganos de publicidad y propaganda, imponen temas. Generalmente son períodos de 15 días en que un asunto está vigente: narcotraficantes, violaciones, raptos, robos a bancos, enfermedades, etc. Uno termina suponiendo que esos fenómenos ocurren por rachas, si debe creer en la veracidad de lo que se muestra. Ahora bien, con sólo observar se sabe que esos males son permanentes, en mayor o menor número y en todas partes del mundo. No son series de delitos iguales por períodos de tiempo determinados. Suponer lo contrario es creer que en un día prefijado, todos los secuestradores se ponen de acuerdo y salen a raptar gente, y que otro día deciden, juntos, detenerse. La noticia, a partir de esa observación, se transforma a los ojos del observador en un producto a la venta. Hay un stock de robos y se coloca en la vidriera. Luego otro y así.
La vehemencia con que se repite durante el día la escena del mismo delito y durante varias jornadas, unida a que la tesitura es la misma en casi todos los medios resulta por lo menos sospechosa. Es la tan temida uniformidad de la información.
La filosofía debe tener una visión integradora, de lo contrario se pierde en los detalles y se transforma en simple opinión acerca de un hecho aislado.
Como decía, tanta insistencia sobre un aspecto específico de la actividad humana es muy similar al modus operandi de la publicidad: la repetición. Se repite un tema hasta que se graba en la mente del cliente potencial.
Pueden ser los piojos, la constipación, el calor, el pelo o lo que sea, incluyendo a los actos humanos, generalmente los negativos.
El tratar de la misma manera una violación y un desodorante, saturando la atmósfera mental con repeticiones de palabras e imágenes, nos indica que ambos objetos (delito y producto industrial), son impuestos en la sociedad con el mismo sistema.
La inseguridad es uno de esos objetos. Desde el comienzo, se observa que la misma palabra está mal empleada.
La seguridad, opuesta a la inseguridad, y que se muestra como el objeto deseado, es una fantasía, una ilusión.
La seguridad no existe en la vida real, desde el momento en que nada ni nadie está libre del imprevisto; desde una lluvia que impide una salida, hasta la misma muerte, que puede llegar en cualquier instante.
Desde el Titanic, considerado insumergible, hasta la Apolo 13 con miles de técnicos a su alrededor, citando apenas dos casos famosos.
Y lo cotidiano, con miles de detalles que a diario nos muestran palmariamente que no podemos prever nada. Lo contrario nos convertiría en adivinos.
La palabra correcta, a mi entender, es delito. Pero se insiste sobre "inseguridad". Los opinadores, los manifestantes, los políticos, las vedettes, todos hablan del tema como expertos, penetrando hora a hora al espectador.
La palabra delito no se usa tanto. La razón puede ser esta:
Delito abarca la totalidad de las violaciones de la ley. Entonces el mensaje incluiría a empresarios que pagan en negro, a evasores de impuestos, a funcionarios que no cumplen su juramento, a jueces a sueldo, y hasta a todos los ciudadanos que por acción u omisión no cumplen la ley fundamental: la Constitución Nacional.
Entonces surge en mi mente la imagen del lavado de cerebro, necesario únicamente cuando se pretende imponer una idea falsa, no comprobable por la experiencia. Desde la sensación de que con sólo salir a la calle uno muere asesinado, hasta la necesidad de tomar todos los días unos frasquitos con un líquido blanco para no enfermarse.
La técnica en ambos casos demasidado parecida: repetir y repetir una palabra, una imagen, una idea, hasta que la mente la graba. Y luego, de ser necesario, se refuerza periódicamente la dosis. El hombre, habituado desde su nacimiento a considerar todo lo que vea en una pantalla como real, es un sujeto propicio. Hasta la víctima de un delito parece un actor, relatando con todo detalle lo sufrido, muchas veces con una frialdad que parece irreal.
Y creo que el asunto está allí: debemos mantener lo irreal como tal. Para ello, no queda otra cosa que estar atento y tener una visión crítica.

jueves, 12 de marzo de 2009

El Taoísmo y la deidad

Es discusión entre los expertos el asunto de si el Taoísmo es ateo, panteísta, o identifica a la deidad con la Naturaleza.
Refiriéndose al Tao, el cap. IV dice:
"Yo no sé quién lo engendró;
pero parece ser el predecesor de la Naturaleza"
(como todas las citas siguientes, ésta pertenece a la traducción del chino al inglés de Ch'u Ta-kao, en la versión al castellano de Inés Frid, Editorial Troquel, Buenos Aires, Argentina, Noviembre de 1993). De esto se desprende que la doctrina coloca a la Naturaleza como generada por Tao.
"Deja que el Tao impere en el mundo y los espíritus no ejercerán sus poderes espectrales.
No es que los espíritus dejen de tener poder, pero su poder no dañará a los hombres". Cap. LX
Podemos entender que la Doctrina afirma la existencia de seres inmateriales que pueden dañar al hombre, lo que Occidente entiende como demonios. Es decir, coincide con las creencias más extendidas, como las de ángeles y demonios, aunque habla sólo de éstos últimos, como si las entidades inmateriales fuesen exclusivamente dañinas. Se trasunta en esa expresión una separación entre Tao y los espectros, como si no tuvieran relación, como si Tao no fuese opositor a esas entidades. Suponemos entonces que simplemente están en el mundo, como las demás cosas. Tao es indiferente a los espíritus, como es indiferente a todo. Aquí la noción común de Dios como vigilante de los actos de sus creaturas está ausente. Los espíritus podrán ejercer su poder, pero no afectará al hombre, con la condición de que el hombre deje imperar a Tao, es decir, adopte el Tao, ya que todo el desorden estriba en la ausencia de Tao en el hombre.
"Porque el que combate con amor ganará la batalla,
el que defiende con amor estará a salvo.
El Cielo lo salvará y lo protegerá con amor" Cap. LXVII
Aquí podríamos deducir la existencia de una providencia divina, que beneficia al hombre de acuerdo a su acciones. El Cielo no es Tao, este es el problema. El Cielo no es más que otra emanación de Tao, aunque de naturaleza superior.
En estos y otros ejemplos vemos una constante: la lejanía de Tao, la indiferencia, la imposibilidad, por medios corrientes, de comunicarnos con Tao. Ni siquiera podemos agradarle u ofenderlo. Todo lo que hagamos para bien o para mal nos afecta sólo a nosotros y a nuestro entorno. Tao, en relación con el hombre, se nos presenta como un camino a seguir. Se toma o se deja.
Si se toma, uno se acerca a Tao. Si no se toma, uno se aleja de Tao. Pero Tao permanece inmutable. No hay una acción hacia un lado u otro. Es indiferente.
En esto reconocemos la gran diferencia, a mi entender, entre el concepto Tao y el concepto Dios. Con la misma intensidad con que Dios interviene en el mundo, Tao no. El Taoísmo entonces podemos entenderlo como una forma de vida con efectos mediatos e inmediatos. Una causa y efecto permanente e inteligible. El milagro, el poder divino, el designio, están ausentes, pues no existen. El Taoísmo deja en manos del hombre su destino, su vida, sus aspiraciones. Ninguna voluntad sobrenatural torcerá su destino, que es suyo. Tao no espera nada del hombre, ya que es impersonal y carece de intensiones. Tao es como es y sólo podemos intuir algo de sus características con la observación del entorno. Actúa sin actuar. Es como la lluvia, que moja sin querer mojar, pues la lluvia no tiene voluntad. Moja porque ésa es su naturaleza.
El hombre se transforma en consecuencia en un ser libre absolutamente y responsable de las consecuencias de sus actos. Tao no tiene ingerencia. El hombre debe asumir su adultez como individuo y como especie. Tao está en el lugar ése en que está y uno puede llegar a él, como lo hace el Sabio taoísta. Pero no esperemos que nos tienda una mano: el caminar está en nosotros y en nadie más.