miércoles, 25 de febrero de 2009

Filosofando la vida 1

Alicia Zangheri aportó:
Matemáticamente hablando una recta es un número infinito de puntos. En mi mente no cabe la idea de lo eterno o infinito. No la puedo amoldar. Si hablamos de lo espiritual, basados en la creencia de un cuerpo finito y un alma eterna, creo en la posibilidad de la existencia de estadíos espirituales en donde poder superarse y cambiar constantemente. Sino me resulta tedioso y aburrido pensar en una vida eterna sin ningún tipo de reto por seguir. Inclusive ya no puedo asumir una vida extracorporal, en la cual, por lo que he leído y escuchado existe una paz absoluta, amor y no se quiere regresar al cuerpo. Pero ya no vamos a poder sentir las mismas cosas, no vamos a poder abrazar, besar, eso me apabulla y por lo tanto en la idea de lo eterno sobre el alma tengo mis temores. Es natural temer a lo desconocido, pero quisiera poder abarcar naturalmente esta idea de lo eterno.
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Luis M aporta:
El ejemplo de la recta es perfecto. Un número infinito de puntos. Cada punto es un ente ideal: no tiene tamaño. Siempre es más pequeño que lo que podemos imaginar. Lo mismo ocurre con el tiempo: un número infinito de lapsos, cada uno de ellos más pequeño que lo que podemos imaginar. La física habla de límites en la duración de esos lapsos, de que hay un lapso debajo del cual no hay tiempo. Bueno, tampoco podemos imaginarlo: son signos en un pizarrón. La mente humana no puede abarcar el infinito, que es otro ente ideal: algo que no tiene fin. Por más que le sumemos algo a ese tamaño, siempre se podrá sumar más. Entonces podemos pasar la vida sumando tamaños y no llegar nunca, o tratar de imaginarlo y tampoco. Es como querer escuchar una sinfonía interminable: imposible.
El tema del alma es otra cosa: las evidencias son tema de controversia, muchas de las cuales se sustentan en creencias religiosas. El biólogo que dice que no existe porque no la puede detectar, también se basa en un concepto religioso: el creer en lo que mide. Como otros creen en cosas que no se pueden medir.
De hecho, que algo no se detecte no quiere decir que no exista. En el siglo XV existía la electricidad, sólo que nadie lo sabía.
Es probable la existencia de un alma eterna y también lo contrario. Podemos elegir una u otra idea y ser consecuentes con ella. Existe la tercera posibilidad: un alma que no puede morir pero puede ser muerta. Bueno, no lo sabemos. Por ahora hay conjeturas. Uno elije alguna y vive de acuerdo a ella.
Es realmente aburrido el estar eternamente flotando en algún lugar sin hacer nada, sin nada por delante ni por detrás. Sin nada en que emplear esa eternidad.
Podríamos entonces pensar, sin ser nada originales, en la posibilidad de otras vidas. Nacer y morir durante milenios, en una escala ascendente de perfección. Es una posibilidad tan válida como cualquiera. Se puede argumentar sobre el tema, tomando como base lo absurdo de una pequeña vida de menos de cien años que condiciona la eternidad post mortem, o lo absurdo de una vida menor a cien años y luego nada, preguntándome para qué tantos problemas.
La idea de lo eterno está, como tantas cosas, en la Madre Naturaleza: ¿No vemos a nuestro alrededor que todo es cíclico? Bueno, la existencia misma puede ser, por qué no, cíclica. Vivir sucesivamente, en distintos tiempos y lugares, como el trigo que nace vive y muere y recomienza anualmente, siempre trigo.

lunes, 16 de febrero de 2009

Todos somos filósofos

Aunque parezca mentira, todos somos filósofos.
La actividad cotidiana del hombre común lo obliga, en determinado momento, a reflexionar acerca de algún acontecimiento que lo deja perplejo, lo perturba, lo inquieta, o le produce tanto dolor que necesita explicarse las cosas. En ese momento filosofa, bien o mal.
Todos hemos visto, oído o conocido a alguna persona, generalmente mayor, que emite una sentencia que reconocemos como sabia. Fruto de los años, de la experiencia, de los golpes vividos y soportados. Una frase o dos, tal vez tres, son las que salen de esa boca y uno dice "qué razón tiene". Ese hombre ha filosofado. Claro que no dejará libros o estudios enjundiosos. Ha filosofado a los golpes.
Cada vez que llegamos a un concepto fruto de nuestra necesidad de entender lo que nos asombra, también filosofamos.
Este mundo de especialistas y farándulas nos aleja, o eso intenta, de nuestras posibilidades innatas. Creemos que sólo el universitario puede pensar sobre un tema específico, o que, por ejemplo, sólo el famoso puede cantar. Y entonces nadie canta, consume canción de otro. Nos cercan límites cada vez más cercanos. Hasta que lleguemos a la camisa de fuerza.
Nadie se atreve a pensar el mundo y hacerlo público. Y, como es tan común, el que lo hace pasa por pesado, loco, molesto o pedante y no está haciendo otra cosa que lo mismo que Sócrates. ¿Cuáles eran los títulos académicos, los diplomas, los avales, de que disponía? Ninguno. Sólo lo hacía.
Nosotros podemos, como él. Con nuestras posibilidades, al igual que Sócrates.
Dedicar el día entero no podemos, o no queremos. Bien. Pero no debemos renunciar a nuestro derecho natural a entender al mundo como mejor podamos, evitando que otros lo hagan por nosotros. Otra dependencia más. Dentro de poco no sabremos ni cocinar nuestro alimento.
No conozco otro peligro mayor para la libertad que la carencia de conceptos propios. Ahí somos sólo títeres.